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jueves, 3 de junio de 2010

Soberbia engripada

La semana pasada trabajé tanto que había hecho planes para ésta: aprovecharía el tiempo libre más que nunca. Caminaría todas las mañanas por el barrio ya que los días son fríos pero se ofrecen afables y coloridos. ¡Qué hermoso es este otoño!, pensaba al ver por la ventana el sol mientras me sentía una estúpida esclava detrás del escritorio.
Luego de caminar bastante, me detendría en algún pequeño bar como ese que tengo enfrente a tomar sol, un rico café express y leer un poco aprovechando que mezclada en el gentío nadie me solicita con sus nanas. Destinaría parte de ese tiempo distendido para arreglar mi vida y regresaría feliz a trabajar.
Pero sucede que el sábado, en medio de la lluvia, un virus se adueñó de mi cabeza y mi temperatura corporal, me deshizo las ganas y toda posibilidad de caminar. Ya tomé un jarabe, otro y el de más allá. Sólo me queda esperar que cierre el ciclo gripal.
En tanto, desde la cama observo la refracción de los rayos que entran y se descomponen sobre la pared en bonitos arcos iris de formas móviles. Tiemblan brillantes como mi orgullo herido o como esas tentadoras figuras del destino que deseamos capturar en la palma de la mano.
Por fortuna, en el mundo hay demasiadas pequeñeces del tamaño de un virus, tan ciegas y poderosas que desconocen la soberbia humana.

sábado, 22 de mayo de 2010

Siambretta

Despertaba entre rugidos, embravecida por un pitido aturdidor: un silbato prolongado que tres veces bajaba y subía su tono cuando estaba casi a punto de expirar. Su pulso a borbotones llenaba y vaciaba con trabajadores el amplio boulevard que conectaba derechito a su vientre, que era su corazón ¿porqué negarlo? Un voraz corazón que nos comía a todos. Yo iba hacia la escuela por el mismo boulevard: el paisaje era suyo y yo y mi familia, igual que otras, le pertenecíamos.
Mi casa estaba a tres cuadras en esa calle tubo alimentador aparato excretor de la bestia. Sí: como a Chaplin y su infernal línea de montaje de "Tiempos Modernos", la fábrica tragaba y escupía nuestras vidas con la misma naturalidad con que día y noche sus obreros la fertilizaban. Muchos salían de su vientre con alguna de sus criaturas cual prenda de triunfo: motos y más motos llenaban entonces de rum rum y de colores todo el boulevard.
Para mi padre, que trabajó allí desde su fundación hasta que cerró, Siambretta amortiguó un acontecimiento brutal en su vida: la inmigración. Para mí fué una matriz simbólica.
Jugué con los hijos de los negros entre sus patas blindadas con virutas y óxido, corrí bajo sus costillas de acero mientras admiraba en sus mecanismos interiores la inteligencia poderosa. La adoraba porque su existencia, de muchas maneras, era la nuestra. Luego, fué de las primeras en ser vaciada por la dictadura militar.
Ahora yace en un paisaje ceniciento de fábricas abandonadas, junto a su antigua potencia y sus cantos de sirena, su transpiración carbónica y esa metálica soberbia de pulso despótico. Su lomo aserruchado como un desgarro en la frontera del suburbio domina la memoria y los bordes del Riachuelo.
Pero Siambretta no es un cadáver. Ella encarna esa encrucijada donde había de cambiar en mejor suerte para cada uno de sus trabajadores su destino de clase y cultura. Mi vida misma está montada sobre esa brava motoneta de cielos utópicos, de tiempos felices con el ir y venir de obreros con enormes sonrisas y motitos lustrosas, los mamelucos inflados por el aire en la velocidad...  y porque se sentían orgullosos.

martes, 11 de mayo de 2010

Las palabras de la tribu

Habla una joven artista. Le mezquinan espacios laborales y de promoción porque delata algo tabú: ella defendió al gobierno -un gobierno populista para peor-.
El tabú que cohesiona a la "tribu" como un tótem, es un anti-tótem y la "tribu" tolera mal que alguien recuerde que el anti-tótem no es el tótem y que quienes le rinden honores no forman una tribu sino quizás un conglomerado humano sin afinidad.
Es que los usos y abusos de un lenguaje "neutral" lo han vaciado de su valor comunicacional y hoy le queda un sentido utilitario y frugal.
Es que en Argentina hay palabras que fueron desterradas, como fueron exiliados o desaparecidos quienes osaran pronunciarlas, quemados los libros que las contenían, perseguidos los grupos que las utilizaban, invisibilizados quienes temieran a sus significados, no publicados quienes las escribieran, amordazados quienes las quisieran evocar: memorias, genealogías, ensayos críticos, retratos hechos con delicado plumín, juicios audaces e ideas revulsivas... fueron excluídas de las conversaciones, de las casas de estudio, de las noticias, del papel impreso, del universo común de las palabras que circulan libremente sin más cuidado del que nos tomamos para que el paraguas no se de vuelta y nos deje bajo el aguacero y el vendabal.
Poco a poco, primero para autopreservarnos, luego por falta de coraje o miedo a la intemperie del rechazo social, nos fuimos quedando con las palabras de menor carga emotiva, tan insignificantes que resultan engañosas o inaudibles... No vaya a ser que alguien se moleste mucho, incluso nos pueda matar.
Lo saben los testigos, los memoriosos, los raros y los originales, que tomados como victimarios sufren represalias al poner en evidencia lo que mejor era ocultar.
Entonces, el "cosmopolitismo" y el "lavado" de los rasgos peculiares en el habla de un pueblo, parecen las ventajas del exilio: se ve más claro desde lejos, dicen. Pero lo que se ve de lejos deja de ser real y pasa a ser un mito y el mito, para mitigar su carga determinante, debe dialogar con la realidad.
Igual que de la verdad que nos confronta con el delirio, se requiere de todas las palabras: las que suenan demasiado profundas, o demasiado lejanas, o heterodoxas, o tontas o locas; las más amigables y las que no lo parecen componen el fino sedal de nuestras vidas, el hilo que nos une a la fratría, el que me guía hacia los "míos", y que me conecta con otros que no son los "míos" pero forman el "nosotros". Para dar con el sentido de todos, todas esas palabras deben ser parte de la trama, participar de la trascedencia y del futuro... mucho más cuando tensan a las palabras inocuas y neutrales; porque representan lo no comunicado y aún exiliadas del lenguaje común conservan una espesura lista a renacer con el más mínimo motivo.
Esas son las palabras de la tribu: por incompletas y subjetivas, por parciales, por lacunares, porque su presencia es imprescindible para la elaboración colectiva, para continuar.
La joven está diciendo que se siente dolida y que también se sabe nueva porque al pronunciarse encontró una comunidad parlante donde sus palabras reverberan, se transforman, circulan y seguirán su rumbo, imprevisibles. Dice que reconoce el lenguaje de los suyos, de su prójimo, de los parientes no de sangre sino de anhelos y de verdad. Tan íntimas son esas palabras que su pronunciación nos compromete felizmente y su mudez nos exilia a la soledad.

jueves, 6 de mayo de 2010

Explicación sencilla del "efecto mariposa"

Siempre me pareció exagerado que un sutil aleteo en Japón pudiera provocar, por ejemplo, el derrumbe de la bolsa en New York. Pero me gusta mucho decir “efecto mariposa”: el resto pertenece a la teoría del caos.
Pensaba en esto el otro día, por la tarde, cuando todos salían del trabajo y yo viajaba en subterráneo. Muy apretujada -era imposible dar un paso allí adentro sin provocar una avalancha-, me evadía en esta clase de ideas inútiles.
En una de las paradas, escuché un “perdón” lejano y entonces registré la pesada marea de cuerpos que me había expulsado del vagón junto a una mujer a quien tiré del brazo para que no cayera.
Al cierre de la puerta, nuevamente ubicadas pero distantes en el interior, ella me miró agradecida por entre las cabezas. Tenía los ojos muy pequeños y dulces y su parpadeo me devolvió al efecto mariposa más grácil que jamás haya podido imaginar, tan hermosa y fugaz su mirada, tan fácil constatar el riguroso encadenamiento de los hechos.

lunes, 3 de mayo de 2010

Espontaneidad

Con gesto calculado ahorro trazos aprendidos. Debo parecer inocente, completar -es la consigna- el dibujo que comenzó un niño de 12 años para su clase de plástica.
Con algunos selenitas él pobló la parte superior de la hoja y abajo hay un gran vacío que llenar. No quiero estacionar allí un plato volador y hago uno que se estrelló en el descenso, lo incendio, elevo un humo verde por toda la hoja y más allá. Cuando Ricki lo ve, ya pintado, me dice: - ¿No se te ocurrió nada un poco más original?
Me sorprendo: -¡Creí que esto lo era!
Jamás dibujé marcianos, naves, guerras ni catástrofes. Esto es absolutamente novedoso para mí. Fuí niña y librada a un descuido me traicionaron impunemente los estereotipos de género.
Una vez más compruebo que espontáneo y original no son sinónimos.

sábado, 1 de mayo de 2010

Día del Trabajador

¿No hay un acto en la Plaza? ¿Es que no habrá discursos? ¿Ningún mensaje oficial? Los trabajadores somos el pilar de la riqueza del país. ¿Será éste apenas un feriado más? ¿Puede ser? ¿Justo hoy?
Es un otoño tornasolado, cálido y brillante como nunca. Camino sin prisa. La gente desborda las calles, los parques, los aterrazados jardines de la ciudad... ¿Puede que el Día del Trabajador se parezca a tantos otros sábados? ¡Hoy es sábado con mayor intensidad!
El sol alumbra la mañana y el resto del día con alegría poco habitual para este tiempo. Y aunque la Plaza no se llene con banderas, altavoces y pancartas, jamás el sol nos saludó en mayo con tanta efusividad.
Los trabajadores, los que pudimos abandonar nuestros puestos porque el mundo puede detenerse algunas veces ya lo hemos hecho. Sacamos las reposeras, los mates y termos, los amigos y novios, las mascotas, los libros y discos, las ropas livianas de la informalidad.
Pareciera que éste día en el que nadie menciona al trabajo el homenaje es la graciosa majestad de disfrutar.

jueves, 29 de abril de 2010

Materialidad de las palabras

Cuando leo a Clarice Lispector siento que las cosas más concretas se vuelven delicadas, inesperadamente frágiles. Su propio nombre, Clarice, es una piedrita que rueda en mi boca hasta desmoronarse en un susurro. Como si todo en ella quisiera preservar la natural conexión de las palabras con la poesía.