Siempre me pareció exagerado que un sutil aleteo en Japón pudiera provocar, por ejemplo, el derrumbe de la bolsa en New York. Pero me gusta mucho decir “efecto mariposa”: el resto pertenece a la teoría del caos.
Pensaba en esto el otro día, por la tarde, cuando todos salían del trabajo y yo viajaba en subterráneo. Muy apretujada -era imposible dar un paso allí adentro sin provocar una avalancha-, me evadía en esta clase de ideas inútiles.
En una de las paradas, escuché un “perdón” lejano y entonces registré la pesada marea de cuerpos que me había expulsado del vagón junto a una mujer a quien tiré del brazo para que no cayera.
Al cierre de la puerta, nuevamente ubicadas pero distantes en el interior, ella me miró agradecida por entre las cabezas. Tenía los ojos muy pequeños y dulces y su parpadeo me devolvió al efecto mariposa más grácil que jamás haya podido imaginar, tan hermosa y fugaz su mirada, tan fácil constatar el riguroso encadenamiento de los hechos.
Jorie Graham / Una pluma para Voltaire
Hace 21 horas
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