Habla una joven artista. Le mezquinan espacios laborales y de promoción porque delata algo tabú: ella defendió al gobierno -un gobierno populista para peor-.
El tabú que cohesiona a la "tribu" como un tótem, es un anti-tótem y la "tribu" tolera mal que alguien recuerde que el anti-tótem no es el tótem y que quienes le rinden honores no forman una tribu sino quizás un conglomerado humano sin afinidad.
Es que los usos y abusos de un lenguaje "neutral" lo han vaciado de su valor comunicacional y hoy le queda un sentido utilitario y frugal.
Es que en Argentina hay palabras que fueron desterradas, como fueron exiliados o desaparecidos quienes osaran pronunciarlas, quemados los libros que las contenían, perseguidos los grupos que las utilizaban, invisibilizados quienes temieran a sus significados, no publicados quienes las escribieran, amordazados quienes las quisieran evocar: memorias, genealogías, ensayos críticos, retratos hechos con delicado plumín, juicios audaces e ideas revulsivas... fueron excluídas de las conversaciones, de las casas de estudio, de las noticias, del papel impreso, del universo común de las palabras que circulan libremente sin más cuidado del que nos tomamos para que el paraguas no se de vuelta y nos deje bajo el aguacero y el vendabal.
Poco a poco, primero para autopreservarnos, luego por falta de coraje o miedo a la intemperie del rechazo social, nos fuimos quedando con las palabras de menor carga emotiva, tan insignificantes que resultan engañosas o inaudibles... No vaya a ser que alguien se moleste mucho, incluso nos pueda matar.
Lo saben los testigos, los memoriosos, los raros y los originales, que tomados como victimarios sufren represalias al poner en evidencia lo que mejor era ocultar.
Entonces, el "cosmopolitismo" y el "lavado" de los rasgos peculiares en el habla de un pueblo, parecen las ventajas del exilio: se ve más claro desde lejos, dicen. Pero lo que se ve de lejos deja de ser real y pasa a ser un mito y el mito, para mitigar su carga determinante, debe dialogar con la realidad.
Igual que de la verdad que nos confronta con el delirio, se requiere de todas las palabras: las que suenan demasiado profundas, o demasiado lejanas, o heterodoxas, o tontas o locas; las más amigables y las que no lo parecen componen el fino sedal de nuestras vidas, el hilo que nos une a la fratría, el que me guía hacia los "míos", y que me conecta con otros que no son los "míos" pero forman el "nosotros". Para dar con el sentido de todos, todas esas palabras deben ser parte de la trama, participar de la trascedencia y del futuro... mucho más cuando tensan a las palabras inocuas y neutrales; porque representan lo no comunicado y aún exiliadas del lenguaje común conservan una espesura lista a renacer con el más mínimo motivo.
Esas son las palabras de la tribu: por incompletas y subjetivas, por parciales, por lacunares, porque su presencia es imprescindible para la elaboración colectiva, para continuar.
La joven está diciendo que se siente dolida y que también se sabe nueva porque al pronunciarse encontró una comunidad parlante donde sus palabras reverberan, se transforman, circulan y seguirán su rumbo, imprevisibles. Dice que reconoce el lenguaje de los suyos, de su prójimo, de los parientes no de sangre sino de anhelos y de verdad. Tan íntimas son esas palabras que su pronunciación nos compromete felizmente y su mudez nos exilia a la soledad.