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jueves, 29 de abril de 2010

Materialidad de las palabras

Cuando leo a Clarice Lispector siento que las cosas más concretas se vuelven delicadas, inesperadamente frágiles. Su propio nombre, Clarice, es una piedrita que rueda en mi boca hasta desmoronarse en un susurro. Como si todo en ella quisiera preservar la natural conexión de las palabras con la poesía.

domingo, 25 de abril de 2010

El cerebro electrónico

Pedí tanto que finalmente me lo compraron: era un juego de preguntas y respuestas, 64 casilleros en los que se introducía un pequeño electrodo para probar la verdad de los aciertos.

El tablero tenía dos porciones: de un lado las preguntas, del otro las respuestas… y en el centro una lucecita que se encendía cuando cada electrodo tocaba los casilleros del par correcto. La gracia era el destello que brotaba de la cuadrícula, el rayo mágico del éxito, esa estrella en vuelo de repente reflejada en la frente del triunfador. Hasta que supe de memoria la ubicación de cada respuesta y el juguete perdió su encanto.

No hubo más sorpresa. Sí memoria y engaño a desprevenidos contrincantes, porque yo sabía perfectamente cómo encender cada vez el “Cerebro electrónico”. Les ganaba a mis amigos con la certeza de un verdugo de la santa inquisición.

Puede que un cerebro funcione bien así: pocas ideas muy claras, ningún margen de error, jamás un cuestionamiento, cero improvisación. Pero ya adulta, menos maravillada de mí misma y más sensible a los fracasos, prefiero pensar como cuando fuí niña que mi cerebro se enciende por milagro en cada desvío del intelecto o en la confusión de los sueños, con la estuporosa belleza que tienen las letras frente a las imperfecciones de la vida de su escritor.